miércoles, 25 de mayo de 2011

Notas a propósito de/ o para una pedagogía dialógica…

Alex Silgado Ramos

*Uno de los principales compromisos de la pedagogía es convertirse en mediación entre sujetos y saberes. También el permitir el encuentro de voces, teniendo como principio el respeto del otro, de uno mismo, soportado en argumentos….

*El diálogo es siempre posibilidad… es la construcción del otro desde la perspectiva de uno mismo sin negarse uno, sin desaparecer, mientras el consenso niega la diferencia y la homogeniza….

*No cerrar el discurso, no llegar a conclusiones ni certezas universales… No creerse el lugar de la verdad…..

*La búsqueda del otro es hallar algo de uno mismo. También soy hermano…

*La potenciación del otro a través de la provocación, del vínculo seductor; a través del diálogo como posibilidad de inclusión de voces, de puntos de vista, de perspectivas, de cosmovisiones, de imaginarios y mundos posibles. No desconocerlo como sujeto capaz; la acción educativa está en la voluntad de acompañamiento, en la co-fraternidad de hacer con el otro…

*“Educar es hacer con el otro”… “Educar es tener con quien hablar” (Antelo)…. Hablar para construir nuevos derroteros…

*“Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades de su producción o construcción”… “No hay diálogo, sin embargo, si no hay un profundo amor al mundo y a los hombres”… “El diálogo es una exigencia existencial” (Freire)…

*Enseñar a pensar, pero desde los contenidos, sin perderlos de vista; la cultura tiene su historia… no se enseña a pensar críticamente desde el vacío de los contenidos…

*Enseñar es dar señas de cómo es SOFÏA, seducirlos con SOFÏA, de la disposición hacia SOFÏA se edificará una buena relación con la sabiduría, con el saber; pero esta relación va más allá del simple reconocimiento de los saberes como tal, este amor a la sabiduría tiene que ver con un profundo reconocimiento del otro, un profundo amor hacia lo humano….

*Al enseñar el maestro da señas, muestra no sólo el conocimiento o saber disciplinar, sino que se muestra (y expone frente a los otros) como sujeto humano y desde ello también forma, implícita o explícitamente. El enseñar o dar señales es una acción semiótica que a través de los múltiples lenguajes de la práctica docente se dirige al conocimiento y la conducta del aprendiz…

*La pedagogía dialógica es una pedagogía de la acción, de la palabra responsable, de la palabra transformadora: uno no puede decir las cosas si éstas no lo cambian a uno, sí estas no responden por el otro y por uno….

*La escuela ha dejado de ser un espacio para la construcción del vínculo para convertirse en un lugar fragmentado y de gerencia… crisis del vínculo o de los espacios fundantes para la interacción y la socialización…

*El diálogo es la construcción del otro desde la perspectiva de uno sin negarse uno, sin desaparecer… en el consenso no hay diálogo sino sometimiento del poder… el consenso niega la diferencia, la homogeniza…
*No cerrar el discurso, no llegar a conclusiones ni certezas universales… todo es un diálogo permanente, un encuentro infinito de voces….

*La autoridad del saber, del conocimiento, no el autoritarismo de la dominación y el sometimiento…

EL PROCESO DE LA ESCRITURA. Consideraciones para su abordaje en el ámbito académico.

Alex Silgado Ramos

“El proceso de escribir se comprende mejor como un conjunto de diferentes procesos de pensamiento que el escritor regula y organiza durante el acto de composición”
Flower y Hayes


0.      La escritura. Un proceso complejo de restructuración de la mente.

La escritura es un proceso complejo que, a diferencia de la oralidad, no se aprende naturalmente. La escritura es una tecnología; y, de manera más específica, una tecnología de la mente. En esa medida, la escritura requiere un aprendizaje lento, progresivo, diferencial. En tanto es una tecnología requiere el conocimiento de “habilidades”, de algunas competencias, de ciertos “trucos” que le son propios. La escritura, entonces, se parece más al trabajo artesanal, a un oficio complejo que rebasa la simple inspiración o la presunta facilidad natural.

La escritura es una excelente radiografía de nuestra manera de pensar. Cuando nos ponemos a escribir, por  ejemplo, un ensayo, lo que salta a la vista, lo que denuncia es el tipo de estructura mental que manejamos, nuestro orden mental o nuestra confusión. (Vásquez, 2005).

Las dificultades para escribir se deben a una de sus características esenciales: el carácter diferido de la comunicación escrita. La emisión y la recepción del mensaje escrito no se producen simultáneamente, sino que media tiempo entre ellas, lo que obliga tanto al escritor como el lector a imaginarse al destinatario de su mensaje para poder adecuar su discurso a la comprensión de aquel. Se trata, entonces, de una comunicación en ausencia.

Este carácter diferido obliga al escritor a producir un texto que pueda funcionar en forma autónoma, es decir que pueda ser comprendido en la situación comunicativa para la que fue previsto, sin necesidad de que nadie esté a su lado para aclararlo. El escritor no va a estar presente en el momento en el que el mensaje sea recibido, por ello trata de eliminar de su escrito las ambigüedades que pudieran provocar malentendidos (salvo que esta sea una de sus intenciones). Por ello también, al escribir se revisa el texto y se lo corrige antes de ponerlo en circulación. Frente a la comunicación oral cara a cara, que es en general espontánea, la comunicación escrita es controlada: el escritor puede planificar lo que va a decir y volver atrás sobre lo escrito para reformularlo cuantas veces quiera. Y de este control depende la eficacia de la comunicación. (Arnoux, 2002)

1.      El proceso de escribir...

Desde este marco, entiéndase un proceso como una serie de fases interrelacionadas que es preciso cumplir a la hora de producir una tarea. En este sentido, al comprender la escritura como proceso, lo que se está aludiendo es a la forma de asumirla en la práctica, o sea emprender el ejercicio escritural como una serie de fases sucesivas o subprocesos mentales a través de los cuales el escritor lleva a cabo diversas operaciones sucesivas que incluyen la lectura[2], la búsqueda de información, la elaboración de esquemas y borradores[3] y finalmente la evaluación del texto. Hay que entender, que cuando se habla de dichos subprocesos no corresponde a la mera articulación de etapas en el tiempo, sino que éstas fases interrelacionadas se pueden presentar como acciones simultáneas durante todo el proceso de producción escrita; así, por ejemplo, mientras se elabora el borrador, se va evaluando la pertinencia organizativa de las ideas para alcanzar determinado propósito comunicativo. 

Este proceso cognitivo[4] de la escritura opera siempre con el lenguaje; por ello, todo acto escritural exige, explícita e implícitamente, una reflexión sobre el lenguaje y, más precisamente, sobre la lengua como sistema. Así, el conocimiento del sistema de la lengua, en lo que refiere a la su sintaxis, semántica y pragmática de acuerdo con sus usos discursivos, se torna también indispensable para lograr una eficacia comunicativa a través de la escritura. De esta manera, en la medida en que el escritor se arroja a su ejercicio y se plantea cómo escribir, va reflexionando sobre la lengua, las funciones y usos de las palabras, de las expresiones, de los géneros discursivos, y además del contenido del texto, sobre el tema que está desarrollando, lo que enriquece es su conocimiento del mismo (Narvaja de Arnoux y Otras, 2002)[5].

Vale agregar, desde este punto, que el acto de escribir se compone de tres procesos mentales:

Ø  Planificar o fase de pre-escritura: es la acción previa al acto de escribir en la que el escritor prefigura su tarea de producción textual, formándose una representación mental de las informaciones que éste contendrá, en otras palabras, esta fase corresponde a la elaboración del plan o boceto de lo que se piensa cuajar en la escritura. La elaboración de la representación contiene tres subprocesos: generación y acopio de ideas, organización y formulación de objetivos, por medio de las cuales se configura el plan de escritura.

Trazarse un plan es muy importante en todo acto de producción escrita por cuanto se constituye en una guía o boceto desde el cual el escritor va prefigurando y orientando su escritura. Como recomendación para su ágil desarrollo, el escritor puede echarle mano a esquemas o estructuras que le faciliten tal proceso: lluvias de ideas, mapas mentales, mapas conceptuales, entre otros.

Planificar un texto no es fijarse a una camisa de fuerza. Vale aclarar que, además de ser una actividad compleja, la escritura es un proceso flexible y recursivo en la cual se dan medidas de ajuste, esto es todos los subprocesos se pueden ir ajustando y adecuando conforme a los propósitos comunicativos que orientan la composición textual.

De otro lado, es necesario entender que cuando se habla de planificación esta no se refiere simplemente a la recopilación de contenidos. Planear también es pensar el propósito y la forma en que se estructurará lo que se va a decir.   

Ø  Redactar o fase de escritura: en este proceso el escritor transforma las ideas que tiene en lenguaje visible y comprensible para el lector; para lo cual, expresa, traduce y transforma estas representaciones abstractas en una sola secuencia lineal de lenguaje escrito.

Aquí el problema es lograr la unidad textual, la estructura activa de un escrito por medio del párrafo y la interrelación entre ellos (micro y macro-estructuras).También se tienen en cuenta el tono, las dudas lingüísticas, ortográficas, la puntuación, etc. Y sobre todo, la adecuación,  la coherencia, la cohesión y la claridad del texto a través de la elocuente traducción de las ideas y temáticas al código escrito.

De otro lado, es preciso aclarar que, aunque generalmente se toman los términos redacción y escritura como sinónimos, se puede notar en ellos una fundamental diferencia. Mientras el primero, responde a una correspondencia con la parte formal, una operación de traducción de información al código escrito conforme a las reglas gramaticales y ortográficas del sistema. El segundo, puede entenderse como “un acto de creación mental en que un sujeto escritor, con un propósito comunicativo, concibe y elabora un significado global, y lo comunica al lector mediante la composición de un texto, valiéndose del código de la lengua escrita” (Niño, 2003). De esta forma, mientras redactar se orienta a la parte de adecuación, de acatamiento de la norma y la forma, la escritura responde al aspecto mismo de la creación en la cual la redacción es solo una parte del proceso.

Ø  Examinar o fase de pos-escritura: debe comprenderse esta fase como un proceso de repaso y relectura consciente de todo lo planificado y escrito anteriormente. En este examen, no sólo se repasan las ideas, las frases, los párrafos, en fin, la globalidad del texto que se ha redactado, sino también todos los planes y objetivos que se han elaborado mentalmente.

Se podría anotar, además, que la pos-escritura se compone de dos subprocesos: La evaluación y la corrección. En el primero, el escritor valora lo que ha hecho, comprueba en qué medida el texto responde a lo pensado, a las necesidades con que lo planificó y lo proyectó, etc. En el segundo, el escritor rectifica y modifica algunos aspectos del texto escrito o del plan que orientó su proceso; es un momento para tachar y corregir conforme los distintos criterios que provee tanto la norma como las mismas estrategias discursivas y de uso definidas por el propósito comunicativo y el contexto. Así: “Cuando revise su escrito identifique su razón para revisar y no pretenda trabajar simultáneamente todos los niveles del texto porque puede volver ciego-para la-revisión, y no ver nada de lo que tiene que cambiar” (Cuervo y Flórez, 1998).

2.      Para tener más claridad...

A la hora de escribir y, sobre todo, en las fases de planificación (pre-escritura) y de redacción (escritura), es preciso que el escritor se formule ciertos interrogantes que lo llevarán a tener más claridad sobre lo que va a escribir como: cuál es el propósito del texto que se va a escribir, por qué se escribe, para quién se escribe, cuál es el tono a emplear, qué modalidad textual va a predominar en su discurso, cómo se escribirá el texto. Estos interrogantes son claves para orientar el contenido, el propósito y la estructura del texto a escribir.

En otras palabras, es importante que el escritor  se haga las siguientes preguntas:

Ø  ¿Qué mensaje se busca comunicar? Como principio y fundamento de toda interacción comunicativa, entendiendo la escritura como una clase de interacción, es necesario tener en claro el tema o el asunto que se piensa abordar en el texto a escribir, en esta medida, haber delimitado la dimensión de lo que se va a tratar, haber reflexionado profunda o medianamente sobre lo que se busca comunicar y, si es preciso, haber consultado las fuentes necesarias para validar o reforzar lo que se piensa escribir.

Ø  ¿A quién se va a transmitir o comunicar el mensaje? En la misma medida de lo que se busca comunicar, es necesario que el escritor defina y caracterice a su posible interlocutor o, en palabras más claras, lector. Esto es,  pensar y caracterizar el perfil de los posibles lectores, por ejemplo, teniendo en cuenta la edad, el grado de escolaridad, las motivaciones, expectativas e intereses, entre otras. De todo ello depende que el texto alcance su propósito: interactuar con el lector.

Ø  ¿Para qué se transmite el mensaje? En el proceso de comunicar a través de la escritura se halla un propósito, una intención que el escritor debe tener bien en claro para, de igual forma, poder comunicarla o darla a entender a su posible lector. Pensar en el para qué transmitir un mensaje es hacer evidente el motivo o motivos que animan la interacción comunicativa y le dan sentido a tal acto.


Ø  ¿Cómo se organizará el mensaje-texto? El texto se organizará con el propósito de favorecer el proceso de transmisión y construcción del mensaje a comunicar, a través de una estructura que debe favorecer la elocuencia. Para lograr tal propósito, el texto debe organizarse en unidades de sentido completo, en otras palabras, en párrafos coherentes y cohesivos escritos con claridad, brevedad y corrección gramatical; respondiendo también a una estructura organizativa global que responde al tipo de texto que se proyecta escribir, por ejemplo, un ensayo, un informe, un cuento, etc.

Aquí, conviene distinguir la coherencia de la cohesión: la primera es la propiedad semántica del discurso que selecciona la información relevante e irrelevante, mantiene la unidad y organiza la estructura comunicativa de una manera específica. Y la segunda es, una propiedad superficial de carácter sintáctico que conecta las diferentes frases o enunciados entre sí, a través de los conectores.

Es preciso comprender también, que la claridad de un texto es la cualidad que lo hace comprensible y entendible. Esto se logra si se tienen claras las ideas y se organizan de forma secuencial y lógica a través de las palabras adecuadas, orientado siempre desde el propósito comunicativo del texto.

Por su parte, la brevedad alude no a la extensión, sino a la concisión que se puede lograr a través del uso efectivo del lenguaje, a la economía misma de las palabras para decir lo se quiere decir, al uso de aquellas palabras indispensables para expresar el sentido. Ser breve, en conclusión, significa decir mucho en pocas palabras, significa evitar vocablos inútiles, rodeos, etc.

Y, además, la corrección gramatical. La gramática se refiere a la estructura lingüística: morfología, sintaxis y ortografía de las palabras. Del uso correcto del lenguaje depende que los proceso comunicativos sean eficaces o no. Entiéndase la corrección gramatical como ceñimiento a las normas lingüísticas.

Ø  ¿Cuál es el tono a emplear en el mensaje o texto? El tono revela, de alguna manera, la actitud del escritor hacia el tema y hacia el lector. Como bien lo dice María Teresa Serafini (2006): “Para usar bien las palabras no basta con conocer su significado y el modo en que se enlazan en una frase, sino que es necesario además saber en qué contexto es oportuno utilizarlas”, es en esta capacidad de contextualización del mensaje que el escritor halla su tono; de allí, a que según la situación, el interlocutor y el contexto algunos escritos se caracterizan por el tono irónico, sarcástico, humorístico, entre otros.

Para concluir…

Asumir la escritura como un proceso complejo de estructuración de la mente, es consentir en que la escritura no es sólo una actividad mecánica de redacción, de transcripción de palabras u oraciones en una cadena fónica. Es asumir junto con Fernando Vásquez (2008) que la escritura es “una herramienta poderosa para desarrollar nuestro pensamiento”, pues como él mismo lo dice: “Al escribir reestructuramos nuestro cerebro, adquirimos otras estructuras mentales (…) y lo que es más importante, (la escritura) instaura una manera nueva para que el hombre se relacione consigo mismo y con el mundo. Gracias a la escritura pudimos objetivar nuestra conciencia: disociar nuestro yo”. 

3.      Referencias.

Arnoux, E., DI Stefano, M. y Pereira, C. (2002). La lectura y la escritura en la universidad. Buenos Aires: Eudeba.
Díaz, Á. (1999). Aproximación al texto escrito. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia.
Vásquez Rodríguez, F. (2005). Rostros y máscaras de la comunicación. Bogotá: Editorial Kimpres.
___ (2008). Educar con maestría. Bogotá: Universidad de la Salle.
Cassany, D. (1994). Describir el escribir. Barcelona: Paidós.
___ (1999). Construir la escritura. Barcelona: Paidós.
Cuervo Echeverri, C. y Flórez Romero, R. (1998). La escritura como proceso. En: Jurado, F. y Bustamante, G. (1998). Los procesos de la escritura. Hacia la producción interactiva de los sentidos. Bogotá: Editorial Magisterio.
Jurado, F. y Bustamante, G. (1998). Los procesos de la escritura. Hacia la producción interactiva de los sentidos. Bogotá: Editorial Magisterio.
Niño Rojas, V. (2003). Competencias en la comunicación. Hacia las prácticas del discurso. Bogotá: Ecoe Ediciones.
Serafini, M. T. (2006). Cómo se escribe. Barcelona: Paidós.


[1] Profesor CUN; Lic. En Español y Literatura, U. de Córdoba; Especialista en Docencia del Español y Magister en Educación, y cursos pre-doctorales en Lenguaje y Pedagogía, U. Pedagógica Nacional.

[2] A este respecto, es importante considerar que todo acto de buena escritura, sobre todo en el medio académico, es indisociable de un notable ejercicio de lectura. La lectura también es un proceso complejo o actividad cognitiva (y sociocultural) que re-estructura el pensamiento.
[3] En plano bastante amplio de lo que significa escritura, se podría considerar todo producto escrito como un borrador producto de múltiples borradores, pues la escritura es un contante ejercicio de producción y transformación de lo que se da por definitivo, es un dialogo constante. Por todo ello, según Fernando Vásquez (2008), lo más importante que puede aprender un escritor es la conciencia de tachar y de corregir ya que: “lo que se aprende, en últimas, es esa actividad del pensamiento de sopesar continuamente las palabras, de elegir y combinar vocablos, de tejer sentidos con signos escritos”. 
[4] No hay que desconocer que la escritura también es una práctica socio-cultural, que cada cultura tiene sus propias representaciones sociales y valoraciones de lo que es la escritura.
[5]  En palabras de estas mismas autoras: “una de las funciones de la escritura es ampliar o transformar el conocimiento que el escritor tiene del tema que desarrolla y de la lengua que usa”.

martes, 24 de mayo de 2011

ESCRITURA, SENTIDO Y FORMACIÓN


Alfonso Cárdenas Páez[1]
Alex Silgado Ramos[2]

Introducción

La escritura y su papel en la producción de sentido así como en la formación es una relación que, muchas veces, se pasa por alto por parte de los educadores; quizás dicha actitud tenga que ver con el hecho de que, durante mucho tiempo, se le consideró como una habilidad que reproducía el uso oral de la lengua y que, en consecuencia, en la medida en que se fuera hábil en la conversación y se aprendiera gramática era posible poner las bases de su aprendizaje.

Sin embargo, la realidad es tozuda y nos dice que esto no es así por cuanto muchos de los empeños realizados en esta dirección resultaron fallidos. Por eso, es necesario pensar el lenguaje de manera más compleja y transversal para comprender su papel educativo y, desde allí, orientar los procesos pedagógicos y las estrategias didácticas necesarias para la formación de nuestros jóvenes.

Trataremos, entonces, de discurrir en torno a tres temas: la naturaleza del lenguaje, el sentido y la formación y el papel de la escritura en la formación integral de la persona, apoyados en la investigación que hemos venido realizando en la Universidad Pedagógica Nacional. 

1. Acerca de la naturaleza del lenguaje

A prudente distancia de los modelos sistemáticos de la lengua, concebimos el lenguaje como un proceso semiodiscursivo que, apoyado en principios cosmovisionarios, contribuye al desarrollo de los procesos de conocimiento y de comportamiento, en el contexto de la cultura, la sociedad y la historia humanas.

1.1 La dimensión semiótica y discursiva

Según la investigación, dos componentes definen la naturaleza del lenguaje: semiótico y discursivo. El componente semiótico configura un horizonte organizado en torno a diversidad de signos, códigos y textos; varias funciones del lenguaje; diversos niveles de organización y poderes y aparatos que despliegan las posibilidades que tenemos de darle sentido al mundo en que vivimos. Por su parte, lo discursivo implica la manera como los textos operan en contexto, como los interdiscursos se integran en dicha dinámica y queda la puerta abierta para que fluya el antidiscurso y abra espacios a nuevas intervenciones discursivas que amplíen las posibilidades de constituirnos en sujetos productores de sentido.

En síntesis, el lenguaje es el campo donde discurre y transcurre la acción humana.  

1.2 La dimensión social y cognitiva

En cuanto al proceso cognitivo, el lenguaje configura los procesos psicológicos desde lo instintivo, pasan por la percepción y el pensamiento y facilitan el despliegue de la imaginación. Las formas correspondientes son conceptos, nociones y creencias cuyos principios, dependiendo de su mayor o menor grado de sistematización, dan lugar a la categorización, a operaciones y estructuras que soportan las diferencias o los sincretismos  simbólicos e imaginarios que, sumados a los procesos inferenciales y de control cognitivo, hacen posible hablar de la naturaleza analítica, crítica y creativa del pensamiento.

En relación con el comportamiento, el lenguaje condiciona y rige la conducta psico-social de las personas; a través de él, se manifiestan vivencias, emociones, pasiones y sentimientos, es asiento de actitudes y valores desde los cuales se propician el trato social, la participación y la interacción, se dimensiona el  ejercicio y respeto de deberes y derechos inscritos en contextos  rituales, simbólicos, imaginarios e ideológicos generados por la cultura.

2. El sentido y la formación

Nada en este complejo universo de lo humano trascurre al margen del sentido. Cuando hacemos referencia al sentido, tomamos distancia del significado; es decir, sin desconocerlo, adoptamos una postura crítica frente a aquellas prácticas que, por tradición, nos comprometen con el concepto, el signo, la lógica, la verdad, el orden, la objetividad y la transparencia y nos acercamos, por supuesto, al símbolo, a la imagen, a la analógica,  a la lúdica, a la creatividad; en fin, a aquella parte del ser humano que ha sido invisibilizada, olvidada, descuidada, estigmatizada.

Siguiendo esta línea de pensamiento, es posible distinguir dos grandes sistemas de sentido, cuya intersección configura la praxis humana y condiciona las maneras de conocer y actuar del ser humano; el primario o analógico se expresa mediante formas elementales –las imágenes-  y soporta la organización del sentido constituido en torno a simbolismos e imaginarios y atravesado por valores e ideología. El secundario o lógico, surgido de aquel, es un sistema de base verbal, que se funda en la universalidad del concepto y organiza el sentido, atendiendo a evidencias y siguiendo patrones de verificación y de experimentación que reformulan la realidad para ponerla al servicio del hombre.

2.1 El problema del sentido

La toma de distancia de las instituciones del significado: orden, poder, verdad, realidad, objetividad ha traído como efecto la superación de los linderos de la lingüística sistemática de la lengua, el apoderamiento de los procesos discursivos, el saludo a la diversidad de signos, la duplicidad del problema del conocimiento, el énfasis en la interacción, abordajes que competen a una transdisciplina que podríamos denominar semiolingüística o lingüística del lenguaje. Dada su complejidad, no es fácil lograr una cabal comprensión de ella, pero debemos asumir el riego.

Lo anterior nos permite afirmar que existe un remanente descuidado, que escapa a los amarres positivos, desobedece a la lógica de la diferencia, no se atiene a la visión dialéctica. Si es el sentido lo que nos ocupa, hemos de decir que antes que una evidencia es un problema que debe enfrentar el pedagogo del lenguaje. Por un lado, porque el componente analógico no puede confundirse con el mero recurso a las analogías, según se desprende de los intereses de la neurolingüística, del estudio de los hemisferios cerebrales y la diversidad de la inteligencia humana, del pensamiento narrativo. Estos intereses son razón suficiente para asumir otra actitud frente a lo que la academia, en sentido lato, ha concebido como conocimiento y considerar que su campo es doble, ya sea que se ocupe de la síntesis a partir de la diferencia o dirija su mirada en búsqueda de la totalidad a través del sincretismo. Por otro lado, se trata de superar las viejas dicotomías que, si bien se avienen con las estructuras cognitivas, han dado lugar a oposiciones cuyo punto de mira ha sido  excluir o poner por encima un término en detrimento de los demás, como es usual en nuestra cotidianidad.

La analogía, más que un tipo de relación, es un campo de sentido que muestra su riqueza en  la diversidad de la racionalidad simbólica e imaginaria, la cual ya no puede estar excluida porque ahí está, siempre nos ha estado llamando, ha estado presente y son muchas sus evidencias actuales como para que la desconozcamos como factor complementario si no incluyente de la lógica. Si la lógica, como ya se ha dicho, adopta la diferencia, la analógica se regodea con la paradoja, incorpora la diferencia y la semejanza, hace gala de la ambigüedad y la ambivalencia. Al ser sus formas el símbolo y la imagen y sus procedimientos inferenciales: la abducción y la transducción, nos ofrece indicios y recursos desde los cuales plantear el problema de la diversidad.

La analogía, como forma de la comprensión que involucra diversas facetas de la personalidad y factores tales como los puntos de vista, la perspectiva, la temática y la modalidad, nos lleva a conocer a través de la emoción y del afecto  y nos pone a mitad de camino entre la diferencia y la semejanza, entre la identidad y la diversidad, porque a ella no le interesan ni las demostraciones ni los resultados. Entonces, el sentido, como  producto intersubjetivo,  no se puede desligar de su base psicológica y social. Quien  lo produce e interpreta no puede asumir una distancia objetiva por cuanto está implicado en su campo como sujeto que hace parte de su circulación, producción y consumo. La naturaleza fenoménica textual y contextual del  lenguaje es producto del juego  de producción e interpretación, inscrito en las relaciones mutuas que contraen entre sí los hombres, en  contextos socioculturales de  interacción comunicativa.

Es posible, entonces,  hablar del sentido en relación con variadas formas de  representación, con base en la visión de mundo[3], sus principios y dimensiones; con base en la intersubjetividad y en la acción de sujetos, apoyados en la interacción y en la capacidad crítica y creativa de la persona, que recorre diversos itinerarios, configura diferentes discursos, se posiciona del interdiscurso y deja fluir el antidiscurso en cualquier actividad humana.

Ya creemos que no es fácil educar desde aquí, pero es importante comenzar la tarea. Por eso, vamos a referirnos brevemente al tema de la formación.

2.2 El problema de la formación

La formación también constituye un problema, no solo por la prescindencia que se ha hecho de lo humano a favor de lo académico sino porque la formación integral se ha convertido en un cliché. Desde el punto de vista educativo, la modernidad, al distanciar e impersonalizar al sujeto, crea un tipo de educación en donde se privilegia el conocimiento científico sobre la formación de la personalidad (Touraine, 2000:204); así, la escuela moderna provoca un proceso de extracción del niño cuyo fin es desvincularlo de la tradición, de las creencias y de las influencias y afectos familiares para insertarlo al cuerpo social y permitirle que en su vida reine el imperio de la razón, con la confianza puesta en la ciencia y en la movilidad neosocial. Se instaura, entonces, el triunfo de la conciencia sobre la conducta como una de las formas de la impersonalización, pero con claro desconocimiento de que en el mundo moderno el sujeto es libertad, dueño de sus actos y de su situación y de la manera cómo actúa es parte integral de su historia personal y de su conciencia de ser actor. Esto lleva a Touraine a decir que “El sujeto es la voluntad de un individuo de obrar y de ser reconocido como actor” (2000:207).

Una de las condiciones necesarias de esta relación entre el sujeto y la pedagogía está en el lenguaje y su poder simbólico: por supuesto, radica en la capacidad del hombre para dar sentido, la cual no tiene otra manera de encarnarse que dentro de la cultura y en el contexto de situarnos con sentido frente al otro. Al respecto, Ricoeur se refiere al principio de alteridad como posibilidad de construcción que subyace a toda actividad de conocimiento y reflexión, en la medida en que dicha actividad surge en referencia a otro y otros, dando origen con ello, a formas de pensar y significar (Ricoeur, La historia, la memoria y el olvido, FCE, 2004).

Gracias al lenguaje, la experiencia humana cobra sentido y ratifica tanto la capacidad creadora como la libertad que tiene el hombre como sujeto de operar a través del discurso; este, al mismo tiempo, se revela como una acción con sentido político, más en las actuales circunstancias postmodernas, cuando el mundo en que vivimos se caracteriza por su naturaleza simbólica, por su hechura discursiva y constructiva. Estos ejes hacen que nuestro universo no se refiera a una exterioridad sino a una simbólica cuya discursividad se construye en torno a relaciones y operaciones y a la capacidad de condensar en sentido la realidad para generar una nueva naturaleza de índole social y cultural. No obstante, este proceso no es tan simple; el discurso se carga de otros discursos, abre espacios al antidiscurso, se construye sobre diversos textos, se llena de perspectivas, se carga de puntos de vista y, en su función de comprender, dimensiona el sentido tanto en función de significados como de valores. Así, el discurso se hace pleno en la ideología y convierte cada uno de sus momentos en un acto político.

Desde esta perspectiva, el sentido nos exige apelar a las dimensiones imaginaria, cognitiva, ideológica y valorativa que debe tener toda educación y a un sujeto que se carga de diversidad de sentidos y no solamente de los que se le proponen desde la racionalidad.  Pero, a la par, nos abre al reconocimiento de los sujetos y de las culturas con esa misma carga de sentidos, sin que haya privilegio de los unos sobre los otros.

Esta es la mejor evidencia de la multidimensionalidad[4] de los fenómenos de la realidad y de la experiencia humana y nos remite al papel dinamizador del sujeto ante los retos que emergen en la sociedad postindustrial o desmodernizada[5] donde el sujeto tiene que producirse como actor, de manera que, lejos de buscar la unidad perdida, se integren en un juego de complemento y de oposición la racionalidad y el sujeto, para que éste se defina por la acción y se inscriba en el movimiento social. La educación debe procurar, entonces, hacer del sujeto un actor en libertad, tal como lo dice Touraine (2004: 21): “Ese esfuerzo por ser un actor es lo que denomino sujeto, que no se confunde ni con el conjunto de la experiencia ni con un principio superior que lo oriente y le dé una vocación. El sujeto no tiene otro contenido que la producción de sí mismo. No sirve a ninguna causa, ningún valor, ninguna otra ley que a su propio desmembramiento en un universo en movimiento, sin orden ni equilibrio. El sujeto es una formación de libertad…”

Si aceptamos que la pedagogía se encarga de la formación (Vargas: 2007: 41) se requiere, entrar de lleno en la industria cultural (Touraine, 2000: 241), propia de una sociedad programada[6] cuya característica es el crecimiento y difusión de bienes culturales, llámense conocimientos, cuidados médicos, información, educación, medios de difusión, etc. Para este autor (2000: 242), la designación se justifica “Porque en esta sociedad el poder de gestión consiste en prever y en modificar opiniones, actitudes, conductas, en modelar la personalidad y la cultura, en entrar pues directamente en el mundo de los ‘valores’, en lugar de limitarse al dominio de la utilidad”, lo que podría llamarse “el paso de la administración de las cosas al gobierno de los hombres”, según la clásica propuesta de la Escuela de Frankfurt.

Si el problema es la formación en valores, esta está atravesada por el sentido ya que, en términos de Bajtín (1992: 143-146) ninguna palabra carece de acento valorativo. “No se puede construir un enunciado sin valoración. Cada enunciado es, ante todo, una orientación axiológica. Por eso en una enunciación viva todo elemento no solo significa sino que también valora. Solamente un elemento abstracto, tomado en el sistema de la lengua y no en la estructura del enunciado, aparece como privado de valoraciones” (145). Cuando se habla de valores es preciso tener en cuenta que se hace referencia al mundo del otro, como diferente.

¿Qué podemos entender por formación? En primer lugar, el asunto pedagógico que tiene como fin desarrollas las dimensiones cognoscitiva (que consolida las relaciones entre el hombre y su mundo),  ética (que organiza las relaciones histórico-sociales del hombre con los demás hombres); y estética (que revela los nexos que el hombre establece consigo mismo) y que señala derroteros para darle sentido de la vida. En segundo lugar, la formación requiere poner al hombre en situación frente a si mismo, frente a los demás y frente al mundo. En tercer lugar, es importante ver como necesaria la tesis acerca de cuatro procesos pedagógicos del lenguaje: pensamiento, interacción, lectura y escritura.

Paso seguido, nos referiremos a la escritura.

3. La naturaleza de la escritura

La escritura es una práctica semio-discursiva que obedece al uso consciente, reflexivo y controlado del lenguaje para generar texto en ausencia de contexto. Esto supone que la escritura nos pone en situación y está ligada a otros procesos pedagógicos de lenguaje como el pensamiento, la interacción y la lectura. En primer lugar, nos pone en situación porque cuando escribimos realizamos una actividad diferida, distanciada y controlada. Estas tres condiciones son necesarias porque, al lado de la ausencia de receptor, de contexto y de paralenguajes, la escritura ha de prever imaginativamente receptores y contextos múltiples de lectura, siendo su destino mediato la interpretación; a la par, al ser sus mensajes  diferidos, requiere el contexto y su lector y, en últimas, someterse al alto grado de desarrollo psíquico de la actividad intelectual, desde la coordinación de acciones y movimientos, al manejo de las coordenadas espaciales y, de allí, a la compleja red de factores perceptivos, lógicos e imaginarios vinculados con ella.

En segundo lugar, porque escribir demanda pensar, interactuar y leer a la vez; esto quiere decir que cuando escribimos mostramos nuestro saber pensar en los órdenes lógico-analítico, crítico-hermenéutico y estético-creativo del pensamiento donde se integran: formas, categorías, estructuras cognitivas, operaciones discursivas, procesos cognitivos y de razonamiento, resolución de problemas, etc. Pero no solo eso; el enfoque integrado de la escritura requiere no perder de vista la interacción y la lectura[7], para evitar que el texto se adopte como pretexto en la docencia. Así, desde la interacción, es preciso poner de presente que cuando escribimos, de alguna manera, entablamos un diálogo, una conversación, intercambiamos papeles con el lector, tratamos de aplicar las máximas conversacionales –claridad, suficiente información-, apelamos a la coherencia, cambiamos de tópicos, nos situamos en una relación interpersonal donde cabe hablar puntos de vista, perspectiva, modalidades, tópica, propósitos, distancia, afectos, familiaridad y desde donde reconocemos el derecho de réplica del lector, controlamos la incidencia del contexto y de todo lo pertinente al trato social (Kerbrat-Orecchioni, l990 y l992).

Señalada esta complejidad, llaman la atención tres aspectos que se desprenden de lo propuesto hasta aquí: la naturaleza de la escritura, la producción de texto y las estrategias para su docencia.

En cuanto a lo primero, la escritura se define como transcodificación,  distanciamiento y  metacognición. La tarea de la transcodificación es condensar los factores discursivos, reduciéndolos al código escrito. Por eso, el texto escrito es un mecanismo compensatorio de ausencias contextuales y paralingüísticas cuyos efectos son la mayor explicitud, complejidad y elaboración del mismo.    Por su parte, el distanciamiento supone la elección de  formas de representación -abstracción, generalización,  analogía,  semejanza, coexistencia, simultaneidad, sucesión, indexación, implicación, existencialidad, presuposición, etc., - a las cuales se suman, la estructura informativa, la intención y el punto de vista, a menudo no explícitos. Finalmente, la escritura exige reflexión y control metacognitivos que la controlan y transforman en “conciencia de la forma” (Barthes, 1974).

En razón de lo dicho y según principios psicolingüísticos (Clark & Clark, 1976), la producción textual escrita atiende a dos etapas: planeación y ejecución. En la primera, el plan discursivo  dispone los contenidos de orden proposicional, temático e ilocutivo, tres elementos que, a decir verdad, no hacen justicia a la complejidad del fenómeno enunciativo[8]. En la ejecución, para no caer en diferenciaciones insulsas, se podrían identificar tres etapas: la redacción de carácter formal-gramatical; la composición de naturaleza retórica-creativa y la escritura como consciencia histórica, ideológica y formal del texto escrito.

Pasamos a referirnos a tres elementos: la estructura de información, las estructuras y operaciones discursivas y la argumentación.

3.1 La estructura de información

Si nos ubicamos en el terreno del discurso, es decir, en la práctica enunciativa, uno de los primeros elementos que se nos aparece es la estructura de información. Siguiendo lineamientos de Halliday, esta nos permite evidenciar, desde un punto de vista cognoscitivo, la existencia de lazos significativos con respecto a la información y al conocimiento que se tienen del mundo en que vivimos. Lo primero depende de algunos hechos fundamentales: 1) promesa para el lector de que la información suministrada se referirá al tema; 2) compromiso de que se hablará dentro del marco previsto; 3) contrato de reconocimiento de que autor y lector comparten cierta información; y 4) ofrecimiento de que se va a decir algo nuevo.

De manera que cuando producimos un enunciado es posible toparnos con tres elementos y con tres tipos de formulación. Los tres elementos son: tema, rema e idea control, mientras que los tipos de formulación se refieren a: estructura gramatical, estructura temática y estructura modal. El tema, como parte de la estructura  temática, es una noción intuitiva que hace parte de la competencia del ‘hablante’, lo que no deja de plantear dificultades para su definición; a veces,  aparece  literalmente en el texto; otras, se confunde con el sujeto  o con el marco, presentando mayor dificultad cuando el texto aumenta sus índices de indeterminación.

En efecto, el tema es una unidad plural que actúa como punto de partida de la información; es aquello de lo que se habla y constituye información vieja, conocida o compartida por el escritor y el lector; es la unidad de base que desencadena la información del texto; unidad creadora del referente textual; o, por último, es información recuperable en los marcos de conocimiento que sirven de contexto al sentido. Entretanto, el rema será la unidad de información nueva, no conocida o no compartida; la unidad que recibe el foco o en énfasis informativo; la unidad de información aseverada o la que restringe, selecciona o contrasta información relativa al tema.

Entre tanto, la idea control está compuesta por todos aquellos elementos que limitan, enfocan,  condicionan, sirven de circunstancia a lo que propone el enunciado con respecto al tema.

Por su parte, los tipos de formulación se refieren a las estructuras gramatical, temática y puntual que configuran lo que es un enunciado posible. Así, este enunciado puede manifestarse a través de la relación sujeto/predicado, de la relación tema/rema o de la relación marco/inserto.  

3.2 Las relaciones y operaciones discursivas

Pero lo significativo no surge por sí mismo; a ello, contribuyen distintas relaciones cognitivas y operaciones que apuntan a maneras como actúa nuestra mente para ‘representar’ el saber-pensar de la escritura. Un segundo ejemplo apunta a las operaciones discursivas que, de acuerdo con la perspectiva del sentido arriba desarrollado, se pueden dividir en lógicas y analógicas.

Son lógicas todas aquellas acciones mentales que, apoyadas en el principio de diferencia, contribuyen a distinguir las cosas, a descomponerlas, a construir síntesis y formular generalizaciones mediante la forma básica que son los conceptos. Según estos principios, las cosas son como son y no pueden ser de otra manera, se sigue como consecuencia, el trabajo sobre la identidad, la adopción de dicotomías, la atención al análisis de los objetos, la comprensión del conocimiento como resultado de un proceso dialéctico, y la confianza en la validez, la verdad o la probabilidad, fundamentadas en la demostración. Esta propensión a poner límites, erigiendo la razón en supremo juez, aún en lo atinente al hombre mismo; a reducir la compleja realidad mediante el análisis y la síntesis; a confiar en el rigor de la explicación, nos hizo olvidar otras formas de conocimiento, otras facetas de lo humano, en síntesis, la otra mitad del hombre.

Desde ahí, se proponen unas operaciones lógicas (conceptualización, definición, identificación, diferenciación, análisis, división, clasificación, comparación, ejemplificación, ilustración,  descripción, temporalización, etc.), desde las cuales se puede  favorecer el “aprendizaje de mantenimiento” (Nickerson y otros, 1990), dirigido tanto a la adquisición y aplicación de reglas, puntos de vista y métodos para afrontar los retos del contexto global y desarrollar la capacidad para demostrar y resolver problemas. Esta alternativa, aunque necesaria, ya no es suficiente.

Por tanto, es necesario recurrir al lado invisible, olvidado y estigmatizado del hombre: el lado analógico; para ponerlo de manifiesto, se requiere apelar al “aprendizaje innovativo” como voluntad  permanente y a largo plazo de rebasar los paradigmas, formar la capacidad crítica del hombre, desarrollar competencias para someter a examen e interrogar los más acreditados principios, generar nuevas perspectivas de conocimiento, incrementar la capacidad para prever cambios, modificar puntos de vista, relevar viejos intereses y enfrentar con eficacia nuevos problemas. En esa dirección, se hacen indispensables las operaciones analógicas que son todas aquellas que, soportadas en la semejanza, nos dan  una mirada holística y transversal sobre el mundo, involucran valores y convocan sincretismos con base en imágenes y símbolos. Entre las analógicas, aparecen  condensación, analogía, transducción, interacción, implicación, permutación, repetición, superposición, reducción, simbolismo y mistificación.

Las operaciones, tanto lógicas como analógicas, implican estructuras cognitivas, útiles en la significación. Entre las operaciones analíticas, se hallan las siguientes: identificación de  componentes, conceptualización según intensión y extensión, categorización según clases y elementos, definición de componentes, división del todo en sus partes, clasificación de elementos, relación entre elementos,  comparación, contraste, causalidad lógica, física o psicológica, ejemplificación de casos, ilustración y esquemas, descripción de funciones y niveles, identificación de contextos, origen del objeto o del proceso, etapas y factores influyentes, transformaciones del objeto.

Asimismo, en la producción de sentido interesa tener en cuenta las estructuras cognitivas centradas en oposiciones -género/especie, causa/efecto, objeto/cualidad, sujeto/acción, acción/proceso, principio/fin, particular/general, abstracto/concreto, simple/complejo,   semejanza/diferencia,  combinación/disociación, negación/afirmación, etc.-. Por igual, resulta necesario mencionar la sistematización, en cuya conformación concurren  categorías, relaciones, análisis, modelos y esquemas. La utilidad de estos factores queda en evidencia si no olvidamos que la escritura antes que un saber/hacer es un saber/pensar.

3.3 La escritura y la argumentación

Los elementos presentados muestran con suficiencia que no se puede perder de vista la relación de la escritura con los restantes procesos pedagógicos del lenguaje: pensamiento, interacción y lectura. Sin embargo, es la argumentación el factor que más atrae la atención por formar parte de la actual política educativa y, además, estar implicado en la concepción previa del lenguaje como uno de sus aparatos discursivos. De manera general, la argumentación adopta las tres direcciones de la causalidad; es demostrativa cuando tiene pretensiones sobre la validez de una tesis y su sistema explicativo de base es la deducción, fundamentada en  principios de causalidad formal. Verificativa cuando tiende a la verdad y  el examen inductivo supone la explicación de los hechos con base en la causalidad física. Y, por último, argumentativa, en propiedad, según se oriente a persuadir y buscar la adhesión hacia una determinada tesis. Su fin es convencer de la razón o de la conveniencia de un hecho, concepto o fenómeno. Esto quiere decir que la argumentación fluye entre diversos planos  del sentido.

En consonancia con lo anterior, el impacto de la argumentación en la pedagogía de la escritura adopta tres direcciones. La primera se orienta hacia el razonamiento con base en estructuras cognitivas; la segunda se alimenta de  la dinámica,  la cohesión y  la conexión textuales y, la tercera, se inspira en las operaciones  discursivas.

Es así como el pensamiento, en calidad de representación mediatizada de la realidad, resulta ser la capacidad para sistematizar, modelar, categorizar, establecer y descubrir nexos funcionales y formales entre objetos y propiedades de objetos, de operar con estos elementos, establecer puntos de vista y transformar visiones y generar nuevas perspectivas y formas de constitución de mundo. Existe, pues, un tipo de argumentación que, sin ser estrictamente lógico, se basa en las relaciones de conjunción, disyunción, contraste, oposición, causalidad y en las diferentes maneras de ser de las estructuras: adición, asociación, reciprocidad, implicación, condición, consecuencia, finalidad, motivo, hipótesis, etc. Este primer tipo apunta a las diversas formas del razonamiento –inducción, deducción y transducción- que requieren demostración o prueba.

Por su lado, las facetas textuales mencionadas propician la argumentación basada en la composición, ya sea que obedezca a la dinámica temporal, a las conexiones  que  denotan 
la  secuencia de hechos, a la organización temática, al propósito ilocutivo o al punto de vista  del autor  con respecto a los componentes textuales. En fin, a la referencia diafórica[9] del texto o a la organización taxonómica del discurso mediante esquemas, tablas, listas, resúmenes, etc.

El tercer tipo de argumentación depende de las operaciones discursivas de base. Las acciones mentales en que se apoya pueden ser la observación, la división, el análisis, la inclusión, la gradación,  la comparación, la descripción, la ejemplificación, la metáfora, la analogía, la superposición, la identificación, la repetición, la reducción, la mistificación, etc. En conclusión, los tipos argumentativos apelan a recursos del razonamiento, así como a la estructura textual y a las operaciones para conferir validez a la sustentación o a la  refutación de las bases del conocimiento.

Como se observa, los nexos de la argumentación con el pensamiento y el discurso consolidan, por una parte,  las tesis expuestas en este trabajo. Por otra, respaldan la visión integral de las formas lógica y analógica así como las diferentes facetas analítica, crítica y creativa del pensamiento, según  el marco semiodiscursivo aludido.

A manera de ilustración, cabe destacar algunas operaciones argumentativas que pueden contribuir al mejoramiento de las competencias de escritura, según denoten  capacidades para: apoyarse en el criterio de autoridad o en la opinión calificada de  expertos; sustentar un planteamiento con base en la frecuencia de una opinión o en el mayor número de observaciones; recurrir a creencias, simbolismos e imaginarios propios de una colectividad, a favor de una tesis; aducir datos de fuentes reconocidas o establecer nexos de sucesión, coexistencia o sincretismo entre factores; desambiguar un término o darle mayor claridad al discurso; recurrir a la cita textual o contextual en favor de una tesis; aplicar principios de una ciencia o teoría en otro campo o disciplina; mostrar que el contrincante utiliza un concepto o categoría de manera ambigua; descubrir contradicciones en el camino de las premisas a las conclusiones; mostrar que las conclusiones son falsas o incoherentes con lo tratado; sustentar  que se falsea una teoría o se la malinterpreta;  establecer que las aplicaciones rebasan las posibilidades de una teoría; recurrir a  principios de análisis en  sus manifestaciones y formular constructos modélicos; explicar un planteamiento a la luz de una teoría consolidada o para realizar recortes epistemológicos y  evitar malas interpretaciones.

Conclusiones

Esta concepción exige replantear la concepción de lenguaje. Dado que los modelos sistemáticos, además de extraños al contexto, se han mostrado incoherentes con la práctica pedagógica debido a su formalismo, la puesta en escena de los marcos de la semiosis y el discurso, así como del conocimiento y la interacción son necesarios para mejorar los procesos pedagógicos del lenguaje.

Esta plataforma es necesaria para establecer un equilibrio entre los excesos del univocismo y la verdad y las  prédicas acerca de la validez de cualquier interpretación, que hablan de las lindezas de la libertad creativa o apelan al “todo vale”. No se trata de preferir las dicotomías o de imponer lo discreto y diferenciado; tampoco de renunciar a la ambivalencia o pasar por alto el sincretismo; si se observa con detenimiento, el campo analógico es el territorio de la apertura y la inclusión, cuya permanente expansión supera cualquier límite,  rebasa cualquier frontera. 

En fin, la concepción de lenguaje y los procesos pedagógicos resultantes requieren una pedagogía compleja que debe cubrir varios frentes. Dicha pedagogía debe, en primer lugar, basarse en principios y apuntar a procesos lo que implica renunciar a la pura teoría y dar crédito a la continuidad y permanencia de la formación de los estudiantes, al margen de los índices de fragmentación a que, tradicionalmente, se ha sometido el lenguaje.

En segundo lugar, debe apuntalar los procesos de formación de la personalidad desde una visión orientada al desarrollo de contenidos y valores en los campos cognoscitivo, ético y estético; asimismo, debe aprovechar los contextos de funcionamiento discursivo del lenguaje como marco ideal de los procesos de producción e interpretación del sentido.

Por último, dicha pedagogía debe ser cognitiva, constructiva, reconstructiva e interactiva; es la consecuencia que se desprende de la perspectiva del conocimiento y del pensamiento descrita y de la conciencia metacognitiva, controlada y deliberada de los aprendizajes en que se debe involucrar a los estudiantes, así como de la promoción de la participación, del diálogo y de la responsabilidad con que cada cual debe asumir su proceso educativo.

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[1] Profesor e investigador del Departamento de Lenguas de la Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá.
[2] Profesor e investigador  de la CUN, Montería.
[3] Un concepto de  visión de mundo, coherente con los planteamientos esbozados, debe referirse al conjunto de nociones, conceptos, ideas y  valores,  que definen  las relaciones yo-yo, yo-otro y yo-mundo y dentro del cual  inscriben sus prácticas los individuos.
[4] Aquí cabe traer a colación a Morin (2001: 35) quien plantea que “El problema de la educación del futuro se caracteriza por una inadecuación, cada vez más amplia, profunda y grave por un lado entre nuestros saberes desunidos, divididos, compartimentados y, por el otro, realidades o problemas cada vez más polidisciplinarios, transversales, multidimensionales, transversales, globales, planetarios. En esta inadecuación devienen invisibles: el contexto/lo global/lo multidimensional/lo complejo”.
[5] “Vemos como se separan, por un lado el universo objetivado de los signos de la globalización y, por otro, conjuntos de valores, de expresiones culturales, de lugares de la memoria que ya no constituyen sociedades en la media en que quedan privados de su actividad instrumental, en lo sucesivo globalizada, y que por lo tanto se cierran sobre sí mismos, dando cada vez más prioridad a los valores sobre las técnicas, a las tradiciones sobre las innovaciones” (Touraine: 2004: 10).
[6] Este es el término que prefiere Touraine en lugar de sociedad postindustrial.
[7] De hecho, también está ligada a la interacción según se desprende de los mecanismos que conforman la situación de escritura como actividad diferida, distanciada y  controlada. No lo es porque, al lado de la ausencia de receptor,  contexto y  paralenguajes, la escritura ha de prever imaginativamente receptores y contextos múltiples de lectura, siendo su destino mediato la interpretación; a la par, al ser sus mensajes  diferidos, debe implicar el contexto y su lector y, en últimas, someterse al alto grado de desarrollo psíquico de la actividad intelectual, desde la coordinación de acciones y movimientos, al manejo de las coordenadas espaciales y, de allí, a la compleja red de factores perceptivos, lógicos e imaginarios vinculados con ella.
[8] Sería necesario postular, además, el punto de vista, la modalidad, la perspectiva, el estilo, el tono, la audiencia, etc. como otros factores que inciden en el plan textual y que afectan el tipo de estrategias y contratos discursivos (Charaudeau, 1983) y la estructura y tipo de texto que surja de la puesta en escena de esos mecanismos.
[9] Es uno de los mecanismos a través de los cuales los textos manifiestan el poder referencial, tanto en el sentido intensivo como extensivo de los conceptos.